Así viví mi primer SISMIX como parte del staff.
Durante mis años como jugador de póker, jamás conseguí ganar uno de esos míticos satélites a grandes eventos. Ya sabes, uno de esos que muchos ven como un atajo hacia el estrellato, que vienen con todo el pack: vuelo, hotel de lujo, entrada a torneos de cinco cifras y la promesa, más o menos realista, de cumplir un sueño. Yo, sin embargo, siempre fui más de caminos largos y pedregosos. Prefería el cash y los Expresso, evitar la ruleta de la varianza y construir mi banca a base de grind. Nada de billetes de lotería: trabajo, constancia, y un ROI decente.
La vez que estuve más cerca de acariciar uno de esos sueños fue hace unos cinco años, y ni siquiera era yo el protagonista. Era uno de mis mejores amigos, Daniel, quien jugaba un satélite masivo online donde en juego estaba un billete que daba derecho a dos personas a disputar el Main Event de las WSOP. “Si lo gano, vamos juntos” me dijo. Algo se activó dentro de mi.
Tras superar a más de mil jugadores, Daniel llegó a la mesa final. La recuerdo como si fuera ayer. Cada bote que ganaba, por pequeño que fuera, me ponía la piel de gallina. Hasta los walks me sabían a gloria. No podía evitarlo: la mente me traicionaba y me situaba mentalmente en el Rio, diciéndome: “Te vas a enfrentar en la mesa con Patrick Antonius y Phil Ivey mientras respiras el aire acondicionado de la poker room más famosa del mundo.” Me repetía que no me hiciera ilusiones, pero es como cuando te dicen que no pienses en un elefante azul... Ya lo has hecho.
Yo también estaba en esa mesa final, o al menos eso creía sentir. Cuando Dani cayó eliminado (AK contra AJ, con esa maldita J que apareció en el turn) me llevé uno de esos golpes en el estómago que no se olvidan. Tan nítidos que aún puedo recordar el orden exacto de las cartas, hasta los ladrillos. Si has jugado al póker lo suficiente, seguro que sabes de lo que hablo.
Han pasado cinco años desde aquel día, y casi ocho meses desde que comencé a trabajar como periodista en Winamax. Y por fin he podido vivir uno de esos grandes eventos, aunque desde otro lugar. Esta vez, con la libreta en la mano y entre bastidores, he presenciado el SISMIX de Marrakech en primera fila. Sin fichas, sin presión en el pecho ni pulsaciones a mil. Pero también con un nudo en la garganta.
Y después de haberlo vivido desde dentro, tengo claras dos cosas:
1. Todo jugador que ama el póker debe, al menos una vez en la vida, vivir un macroevento como este. No importa si como jugador, periodista o simple espectador. Es una experiencia que trasciende el póker.
2. Aquel día debí lanzarme. Debí jugar ese satélite con Dani. Y muchos otros. Porque, aunque no lo supiera, tenía mucho más que ganar que de perder.
Antes de partir hacia Marrakech, casi todos mis compañeros coincidían en decirme lo mismo:
“El SISMIX es mucho más que póker, es una experiencia.”
No tardas demasiado en entenderlo. Concretamente, lo que tarda el primero de tus dos pies en pisar la recepción del resort Es Saadi, epicentro de este SISMIX. Un vestíbulo diáfano que se abre hacia una enorme cristalera desde la que se divisa la piscina central. Es ahí donde, cada tarde, arranca la ya mítica Pool Party que nos ha acompañado durante toda la semana. Y eso sin contar las actividades paralelas: desde el torneo de dardos hasta el infalible beerpong, que a juzgar por su afluencia, podemos afirmar que vuelve a consagrarse, una vez más, como el deporte oficial de esta casa.
Pero ni siquiera hace falta acercarse al agua para empaparte del ambiente. La música, ese pop con tintes electrónicos tan característico del festival, inunda hasta el último rincón del recinto, colándose incluso por los pasillos más discretos. Mi turno empezaba cada tarde a las 15:30, y para llegar a la sala de prensa, tenía que rodear la piscina y atravesar el grueso del resort. Siempre pensaba lo mismo mientras lo recorría:
“Este es uno de esos sitios que es imposible no disfrutar.”
Un lugar pensado para desinhibirse a base de música, fiesta y cerveza fría. Pero también para desconectar a tu manera. Si lo que buscas era un respiro, basta con desplazarte a la piscina contigua, mucho más tranquila, donde puedes sumergirte en un buen libro, ponerte los cascos con una playlist más pausada o entregarte a una sesión de mindfulness. También podías pasear por los interminables caminos del resort o resguardarte del calor bajo una sombra, con un sándwich y una Coca-Cola bien fría. Porque sí, durante toda la semana, el termómetro fue fiel a sus 33-36 grados de rigor.
Tras un camino que parecía no terminar nunca, llegamos por fin a la sala Jean Bouchet y a la carpa contigua. Estos dos espacios albergaron, durante los seis días del festival, algo histórico: el torneo 6-Max en vivo con más registros de la historia. Nada menos que 3.390 entradas. Pero, para mí, lo más impactante no fueron los números. Las cifras ya hablan por sí solas. Lo que de verdad me sacudió fue lo que no aparece en el chipcount.
Por primera vez, tuve delante, a escasos metros, a Davidi Kitai en acción. Uno de esos jugadores que siempre me han fascinado por su visión del juego, y de cuyas sagas en En La Mente de un Pro no me he perdido ni un solo capítulo... (ahora incluso me toca revisarlos antes de que salgan). Lo vi doblar su stack dando una auténtica masterclass de juego postflop, con su particular frialdad y precisión en los gestos, que revelaban un thinking process de otro nivel.
También vi a estrellas fuera de su zona de confort. Como Ricardinho, quien se estrenaba como uno de nuestros WIPs más flamantes. Ese maestro del fútbol sala acostumbrado a bailar sobre parqués que parecen seguir el ritmo de sus piernas, y que en el SISMIX tuvo que lidiar con un terreno mucho menos predecible: un tapete donde mandan las cartas, y donde el silencio puede presionar más que el rugido de todo un pabellón.
Y, sobre todo, pude ver la esencia del póker reducida a su forma más pura.
A esos jugadores, muchos de ellos clasificados online, muchos de ellos jugadores frecuentes del panorama en vivo de España y Francia, que llegaron con ilusión y lo dieron todo.
Algunos cayeron fulminados por un bad beat que les robó el sueño de la forma más cruel...
Adrien Dumont, miembro del Steam Gang francés, bubble boy del Día 1A tras un tremendo bad beat...mientras que otros vivieron un deep run que les marcará para siempre.
Y es que no fue el torneo ideal para los WIPs ni para los Team Pros, sin ninguna actuación realmente destacable por parte de unos ni de otros. En medio de tanto lujo y privilegio, las grandes estrellas se apagaron ante el empuje de los jugadores de a pie. Y ahí estaba él: un gallego casi desconocido para muchos, que llegó lejos. Muy lejos. Mucho más que Davidi, que Romain o que Mustapha. No fue otro que Darío Alonso.
En un torneo que ya se ha convertido en icónico, que todos los tiburones ansiaban ganar, un humilde jugador de Sada, un pueblo costero cerca de A Coruña, se convirtió en el protagonista inesperado. Junto a sus cuatro compañeros del equipo del King 5, competición gracias a la cual ganaron su paquete al SISMIX, vivieron el torneo de sus vidas. Solo él entró en premios, y fue el único español en una mesa final dominada por franceses. Terminó tercero, pero para él fue una victoria absoluta. Una victoria que celebraron con aún más orgullo sus amigos, quienes habían invertido un 10% en él.
Durante los últimos compases del torneo, cubrí la mesa final desde una carpa junto a la mesa televisada. Tuve la oportunidad de hablar varias veces con Darío y, en sus palabras, gestos y actitud, se percibía una mezcla de nerviosismo y ambición: estaba cumpliendo su sueño. Estaba haciendo que sus amigos, cumplieran el suyo.
Cada vez que los cuatro miembros de Nosabemosjugar (irónico nombre que eligieron para la ocasión) estallaban de alegría tras ganar un bote, por pequeño que fuera, no podía evitar pensar en Daniel y aquel satélite que, de haberlo ganado, nos habría llevado a Las Vegas.
Los miembros del equipo Nosabemosjugar junto a los redactores Antonio Romero y Henri FreyPor aquel entonces, yo jugaba límites muy parecidos a los que Darío maneja hoy, así que entendía bien lo que estaban viviendo: la ilusión de abrirse camino en un territorio nuevo. Mientras yo peleaba por dejar atrás la primera curva del mismo, él lo hacía desde la última recta, con un premio de seis cifras en el horizonte. Pero había algo que nos igualaba: esa sensación de estar a punto de cruzar una frontera que, hasta entonces, sólo existía en la mente.
Y todo, en un escenario de oasis, fiesta, evasión y hedonismo despreocupado. Las mejores emociones que el póker puede ofrecerte, concentradas en unos días que, para ellos, quedarán grabados para siempre en su memoria.
Quizás nunca llegue a sentarme en una mesa del Main Event, ni a disputar un heads-up contra Patrick bajo los focos de ESPN. Tal vez mi camino en el póker no pase por ganar un brazalete, sino por contar las historias de quienes sí lo intentan. Después de todo, hay muchas formas de alcanzar un sueño, y todo depende de donde te pongas el listón.
Próxima parada: Las Vegas, WSOP. Otra vez detrás de los focos, con ganas de exprimir al máximo la oportunidad Winamax me ha dado: la posibilidad de cruzar el charco hacia la meca del póker. Eso sí, si se cruza en mi camino algún evento de las series, no pensaré en disparar una bala. Porque aquella polilla que zumbaba impaciente en aquel satélite, ha vuelto a agitar las alas como una mariposa en pleno vuelo dentro de mi estómago. Y si hay un tren que puede llevársela lejos, es este. Solo queda subirse... y volar con ella.
Los miembros del staff de Winamax desplazados a Marrakech

























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