El principio de una partida de póker es asumir riesgos. Partiendo del hecho de que el riesgo cero no existe, tu riesgo debe ser calculado siempre.
En función de tus cartas, gestionas tu capital en fichas, inviertes algo para sacar ventaja, a condición de que el riesgo valga la pena. Por lo tanto, debes hacerte varias preguntas durante una mano:
1- ¿Qué suma debo apostar, ahora y en las siguientes calles? (porque va a haber varias rondas de apuestas).
2- ¿Cuál es la contrapartida? ¿Voy a ganar lo suficiente en relación con el riesgo que voy a asumir?
Debes tomar una decisión después de haber respondido a estas dos preguntas.
Esto deja entrever la noción de “cuota”. Cuando pienses en comprometerte invirtiendo dinero en el bote, no solamente debes pensar en lo que puedes perder, también debes estimar tus probabilidades de ganar y cuánto puedes ganar. Lo que cuenta no es tanto el riesgo que asumes, sino si es un “buen” riesgo estadísticamente hablando.
Un ejemplo fuera del póker, el juego de cara o cruz. El riesgo es evidente: tienes una probabilidad entre dos de ganar en cada tirada. Supongamos que inviertes 1 euro en cada, sabes que te arriesgas a perderlo. Ahora tienes que hacerte la pregunta “¿cuánto voy a ganar?”. Si tu adversario te propone 1,2€ en caso de que aciertes, tienes ventaja y debes tomar el riesgo. En este escenario te interesa aumentar tu apuesta y jugar 10 euros en cada mano. Pero si tu adversario te propone ganar 0’95 euros, ¡deberás rechazar la propuesta! Vas a ganar a largo plazo las mismas tiradas que las que vas a perder, pero en este caso tus ganancias no compensarán tus pérdidas. ESTADÍSTICAMENTE, vas a perder dinero.